Siempre que oigo hablar de emprendedores, es decir, a todas horas, se me viene a la mente un chiste absolutamente incorrecto, pido perdón de antemano:
¿Cual es la diferencia entre una hechicera y una bruja?……. Veinte años de matrimonio.
Pues lo mismo. España es el único país que distingue entre los dos vocablos y no me refiero a la lingüística, sino a la aceptación social tan diferente de ambos términos:
Asociamos emprendedor a la persona que persigue un sueño y que arriesgando el poco dinero que tiene, es capaz de conseguir que su familia y sus amigos crean en él y en su proyecto. Con su esfuerzo y el de un cercano equipo de colaboradores, pronto logrará el éxito, la fama y la gloria para siempre jamás. El emprendedor es un líder nato, es joven, es alto, es rubio, tiene ojos azules, se parece a George Clooney, no necesita experiencia porque tiene un MBA en una superescuela de negocios y entre cada tres palabras es capaz de colocar un palabro en inglés. Cualquier proyecto que quiera hacer, recibirá el respaldo y la simpatía popular, porque gracias a gente como él, nuestro país pronto jugará en la premier league de la economía global.
Por contra, un empresario es un individuo que sólo busca su enriquecimiento por encima de todo; es un tirano explotador y autoritario que debería desaparecer para siempre de la faz de la tierra. El empresario es bajito, viejo, calvo y con bigote, no tiene estudios y dice más palabrotas que preposiciones. Es despreciado por la sociedad y se merece que los bancos hayan dejado de concederle créditos, la administración pública no debería ayudarle, porque es corrupto, no paga impuestos y llevará a su empresa y al país a la ruina y al fracaso.
Precisamente, es este hecho del bajo reconocimiento social de los méritos de los empresarios, lo que ha llevado a los pacatos a enfatizar el sinónimo de emprendedor como un factor distintivo.
No sé si parar aquí o seguir analizando las causas de este eufemismo, su sola enunciación me irrita sobremanera: Mientras no seamos capaces de llamar a las cosas por su nombre y reconozcamos el mérito que tiene “la clase empresarial”, es decir, cualquier persona sin distinción de edad, sexo, raza o religión que es capaz de arriesgarlo todo para sacar adelante su proyecto empresarial, con la realidad por delante y especialmente, con muy poco apoyo y reconocimiento, malamente lograremos salir del hoyo en el que nos encontramos. De ganar dinero, ya ni hablamos.
Afortunadamente para mi argumentación, la realidad es terca y se empecina en demostrarnos cada día cómo es la verdad de las cosas: En los dos primeros minutos de rodaje de un emprendedor “al uso”, lo quiera o no, descubrirá que nada es como se lo habían contado, y que va a ser verdad que la teoría es muy distinta de la práctica. Mal vamos si no lo acepta.
Si además pretendemos subvencionar con dinero público esta falsa creación de falsos empresarios, estaremos generando cientos de miles de frustraciones y mucha hambre para mañana.
La ingenuidad del discurso político que fomenta el mal llamado emprendimiento, pensando que podemos sacar del paro a cinco millones de desempleados transformándolos en emprendedores, autónomos o empresarios a título individual, simplemente con ayudarles a poner en práctica una buena idea, es propia de personas que ignoran la cantidad de requisitos necesarios para lograr que una EMPRESA salga adelante y la fragilidad de los comienzos.
Para emprender no basta con tener una idea genial que no se le ha ocurrido a nadie más: mentira, lo que ocurre es que a todos los que se les ocurrió anteriormente no estaban suficientemente preparados y no lograron sacar adelante el proyecto. Desde que el mundo es mundo y se inventó la iniciativa y la libertad, la primera ley de la competencia es que “siempre hay otro que hace lo mismo que tú, mejor y más barato”. Gracias a internet hoy podemos comprobar esto sin más que preguntarle al Dr. Google por nuestra idea genial: nos abrumará saber la cantidad de ideas similares que ya están compitiendo y lo poco o mucho que medran. Es bueno lanzar la pregunta en varios idiomas para terminar de comprobarlo.
Peor aún es ser el primero en lanzar esa idea: además de las dificultades propias del proyecto, habrá que enfrentarse a crear las necesidades y la aceptación de la oferta. Es el principal motivo de fracaso de la mayoría de los actuales proyectos emprendedores, que ni los necesita nadie, ni se les espera.
En una reciente encuesta realizada en los centros de enseñanza españoles sobre lo que querían ser los jóvenes “de mayores”, ganaron por aplastante mayoría los que querían ser “famosos”. Este culto al ego está reñido con el esfuerzo necesario para sacar adelante cualquier proyecto, especialmente si es participativo: la suma de fuerzas de un grupo bien unido es superior a la de sus individuos y el trabajo duro no suele hacerse a la vista del publico. La única fama que le interesa a una empresa es la que perciban sus clientes, por lo general nadie sabe el nombre del Presidente o del Director General de una empresa de éxito, la fama en este caso, estorba.
Soy de los que opinan que el verdadero líder de una iniciativa de emprendimiento no es su CEO, es su cuenta de explotación real, actual y verdadera. Siento decirlo, pero no todo el mundo puede ganar en un entorno competitivo. Si hay campeones (pocos), es porque hay muchos perdedores; lo contrario no es posible. Por definición, el modelo empresarial tiene que tener bien definidos sus objetivos, misiones y visiones: La ambición y las ganas de crecer son imprescindibles, la capacitación y el conocimiento son claves, el respeto a las personas y a las buenas prácticas son necesarias. Para colmo de mi ingenuidad, pienso que la bondad y la abnegación no están reñidas con la disciplina necesaria para dirigir una empresa: éso es lo que yo creo que es un empresario, un emprendedor o como demonios lo quieran llamar mañana.
Por último, y no por ello menos importante, si una buena formación es básica, la experiencia y la veteranía son fundamentales: sólo conozco una manera de acertar y es practicando, a veces incluso haciéndolo bien. El que diga lo contrario o es tonto o miente. O quizás todavía no ha llegado a ser un empresario…No existen jóvenes emprendedores expertos con 25 años de edad.
Mientras la sociedad española tenga que recurrir a eufemismos para aceptar que detrás de un proyecto de emprendimiento hay un empresario, seguirán creándose menos empresas de las necesarias para absorber nuestros cinco millones de desempleados.
En el inimaginable supuesto de que un parado de larga duración sin subsidio tuviera dos ofertas de empleo de iguales condiciones económicas entre las que decidir: una start-up recién creada o una empresa consolidada: ¿sería más importante la edad del dueño o la antigüedad de la empresa?.
Seriedad por favor, dejémonos de demagogias baratas y de sandeces: emprendedor y empresario son y serán lo mismo, hoy y dentro de veinte años.